domingo, 18 de marzo de 2012

Carta a un amigo cineasta

Por Jonás Trueba elMundo.es

16 MAR 2012 01:24

No sé si a ti te pasará lo mismo pero últimamente, cada vez que miro la cartelera, me invade una cierta sensación de tristeza. De melancolía más bien. O de añoranza, por buscar la etimología más clara. De echar de menos. Echo de menos un tipo de películas que hace tiempo encontraba con cierta frecuencia en los cines y que ahora me parece que más bien brillan por su ausencia.

Quizá me estoy haciendo mayor o simplemente me dejo llevar por intuiciones paranoicas. Quizá no entiendas bien a lo que me refiero o quizá sí y entonces puedas llevarme la contraria. Me refiero a esas películas que parecen hechas con una caligrafía imperfecta, películas temblorosas, de trazo humano, que nos hacen intuir una personalidad ahí detrás. Películas que son como cartas escritas a mano, con borrones y tachones, que a veces se aprietan y a veces se aligeran, es decir, lo contrario a tantas películas que abundan ahora, que fluyen de un plano a otro sin que nos demos cuenta, como anestesiándonos. En estas películas temblorosas podemos sentir cada corte, cada fisura, cada respiración entre los planos. Son películas que vacilan, películas imperfectas, pero de una imperfección que nos hace recordar la pulsión de la vida. Películas difíciles de clasificar, y quizá por eso, películas que cada vez interesan menos.

Pero ¿a quién? Me atrevo a decirlo: a los distribuidores, a los exhibidores, a los ejecutivos de televisión y, siguiendo la cadena, a los productores. Parece que hasta a los directores ha dejado de interesarles este tipo de película. O quizá se han dejado convencer. Les han dicho que "el público","los espectadores", "la gente" no quiere ver ese tipo de películas, la demagogia habitual, y han terminado por asumir el mismo discurso populista. Cuestión de supervivencia o puro cinismo, no sé, he conocido ambos casos. De lo que se trata es de hacer películas que puedan venderse con facilidad, películas de concepto perfectamente resumibles en una frase, en una idea fuerte y a ser posible espectacular, apelando a un género muy concreto.

Si alguna película se sale de las coordenadas, ya se encargarán de hacerla parecer lo que no es y hasta le pondrán un lazo. La última película de Scorsese, sin ir más lejos. Es una película para niños hecha por un cineasta que no sabe hacer películas para niños, al menos no esas películas para niños a las que nos hemos acostumbrado; una película extraña que nunca acaba de ser lo que prometía y que está llena de misterios que se van revelando poco a poco, pacientemente, entre dudas y a trompicones, sin restarle un ápice de su emoción. Estuve a punto de no ir a verla debido a la pereza que me producía todo lo que la envolvía. Parecía una de esas tartas de cumpleaños que siempre me sentaron mal, pero resultó que contenía todo tipo de ingredientes inesperados. Me hizo recordar que, en esto de las películas, uno nunca debe asumir lo que se presupone sino escuchar a los amigos y a la gente cercana porque casi siempre aciertan cuando te conocen bien y te recomiendan algo.

El problema es que cada vez hay menos películas que rompan ese molde hecho a medida, y por eso me parece especialmente dramático que dejemos escapar una oportunidad como Declaración de guerra. Una película que mucha gente dejará de ir a ver porque les han dicho que trata de la enfermedad de un niño, o de una pareja que lucha contra el cáncer de su hijo recién nacido. Es dramático porque esta película apela directamente a nuestra generación y según los calendarios, hace rato que deberíamos estar planteándonos el tema de la paternidad. Ya conozco a unos cuantos a los que se les ha recomendado no ir a verla si están pensando en tener un bebé, pero creo que debería ser exactamente al revés. Sinceramente creo que esta película solo puede producir entusiasmo. Entusiasmo por la vida y por el cine.

Pero cuando leas esto es posible que ya no siga en cartel. Quizá resista en alguna sala de nuestra ciudad y poco más. Salió con apenas veinte copias y no ha tenido tiempo ni oportunidades suficientes. Una pena porque creo que podría haber sido un verdadero éxito, al menos a un cierto nivel. Un éxito de nuestra generación. Y está claro que hemos fracasado si hemos dejado que no lo sea. Estábamos un poco huérfanos de películas así y cuando por fin llega una la dejamos pasar sin pena ni gloria. Una pena porque no suelen aparecer muchas películas que puedan contagiar a toda una generación las ganas de contar su propia historia. Antes se identificaban mejor porque todo iba más despacio. Pero no quiero ponerme catastrofista. Y tampoco soy de los que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor. Es sólo que no sabía qué hacer y me ha venido un arrebato y me puesto a escribirte estas líneas desordenadas. Seguramente es un brote de nostalgia paradójica, ya sabes.

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